domingo, 25 de mayo de 2014

Chocolate y Dulce de leche

Hasta los que odio, en algún punto amo. Porque en realidad no odio. Tampoco quiero a todo el mundo, de hecho, amo a poca gente. Aunque yo creo que es poca gente, si los contara, seguro serían más de lo que pienso. Siempre digo que todo el mundo tiene algo en el corazón. Pienso y creo fervientemente, que quienes se hacen los malos que no quieren a nadie mienten. Mienten por dureza, por mostrarse implacables. Porque querer es de débiles. Es uno de esos preceptos, como de machos duros, que no pueden demostrar debilidades. No les creo nada.
Estoy segura y convencida que es solo una máscara, que detrás de eso, el mundo es un chocolate. Siempre chocolate, porque el dulce de leche me empalaga. Y hay una gran diferencia entre ser un chocolate y ser un dulce de leche.
Mienten por miedo a ser vulnerables, a que los lastimen, a que los sorprendan desnudos. Mientan tranquilos, en algún lugar del mundo hay alguien que sabe que lo hacen. Bien o mal, siempre alguien lo descubre.  
Yo también miento, también me hago la dura, la implacable, la que todo lo puede, aunque no hace falta mucho para darse cuenta que estoy mintiendo alevosamente. También miento, me miento cuando pienso que no puedo. Cuando me aprieta la vida, y empiezo a caminar a los tumbos. Miento, para que no se note tanto.

No miento cuando escribo, básicamente porque no sé cómo se hace, no sé escribir ficciones. Pero aunque escriba, y describa una situación que no es real, ¿Quién dice que no es real? Si salió de mi cabeza, ¿no es real ahí?

Escribir es mi mejor manera de sublimar. Cuando logro bajar lo que me dicta el cerebro a palabras con un poco de sentido, es cuando encuentro paz, cuando los fantasmas dejan de perseguirme. 
No estoy loca, todos tenemos fantasmas que nos persiguen, lo admitamos o no.