No hay nada
que hablar. Las cosas son más simples. Me fastidian mucho las vueltas.
Las
calesitas me marean. Te agradezco, prefiero bajar.
Yo le escribo al campeón que
va para adelante, que si se tropieza, se levanta y sigue. No al que va en
zigzag. No tengo nada que decirle al que se hace el boludo. ¡Qué lastima! Porque tengo una paciencia
importante. Te espero la vida si querés, pero esperar para nada no es mi
fuerte.
Pensaba que
era una cuestión de confianza.
Pero a la confianza no le alcanza con la
desnudes de los cuerpos, ni con compartir cosas que nadie sabe que compartís,
no alcanza con eso si sobran las palabras que no se dicen. Si lo que abunda
otra vez es lo que falta.
Cuando en
realidad, todo es mucho más simple si decimos lo que hay que decir cuando hay
que decirlo. Pero el criterio de lo que hay que decir y cuando hay que decirlo,
pocas veces coincide.
Necesito
volver a compartir eso que expresa la libertad de lo que estoy tratando de
transmitir.
Me enojo, porque quiero, me desenojo, porque no me gusta enojarme,
porque espero algo del otro que yo sola espero, porque el otro ni pensó en
darlo. En el fondo no me importa tanto si quiere dármelo o no. Porque yo
soy la que quiere llenar de amor tu mundo. Empecemos porque quieras recibirlo. Qué
pena si no querés, porque contra eso ya no puedo nada.
¿Cuánto más tengo que ir
yo para adelante? Le vuelvo a escribir al campeón, al que sonríe de amor
mientras se lee en lo que escribo.
Le escribo
al que puede leerme sin espantarse, porque entiende que no quiero nietos ni
amor eterno.