lunes, 21 de julio de 2014

Las calesitas me marean.

No hay nada que hablar. Las cosas son más simples. Me fastidian mucho las vueltas. 
Las calesitas me marean. Te agradezco, prefiero bajar. 

Yo le escribo al campeón que va para adelante, que si se tropieza, se levanta y sigue. No al que va en zigzag. No tengo nada que decirle al que se hace el boludo. ¡Qué lastima! Porque tengo una paciencia importante. Te espero la vida si querés, pero esperar para nada no es mi fuerte.

Pensaba que era una cuestión de confianza. 
Pero a la confianza no le alcanza con la desnudes de los cuerpos, ni con compartir cosas que nadie sabe que compartís, no alcanza con eso si sobran las palabras que no se dicen. Si lo que abunda otra vez es lo que falta.
Cuando en realidad, todo es mucho más simple si decimos lo que hay que decir cuando hay que decirlo. Pero el criterio de lo que hay que decir y cuando hay que decirlo, pocas veces coincide.

Necesito volver a compartir eso que expresa la libertad de lo que estoy tratando de transmitir. 
Me enojo, porque quiero, me desenojo, porque no me gusta enojarme, porque espero algo del otro que yo sola espero, porque el otro ni pensó en darlo. En el fondo no me importa tanto si quiere dármelo o no. Porque yo soy la que quiere llenar de amor tu mundo. Empecemos porque quieras recibirlo. Qué pena si no querés, porque contra eso ya no puedo nada. 
¿Cuánto más tengo que ir yo para adelante? Le vuelvo a escribir al campeón, al que sonríe de amor mientras se lee en lo que escribo.
Le escribo al que puede leerme sin espantarse, porque entiende que no quiero nietos ni amor eterno.